miércoles, 9 de septiembre de 2009

EL GUERRERO SIGUE CABALGANDO

Testimonio que se incluyó en el libro "Un Abrazo de Letras", publicado por la Universidad de la Ciénega como Libro Homenaje a Juan Manuel Gutiérrez Vázquez.

Con Juan Manuel Gutiérrez Vázquez tuvimos la oportunidad de empezar a trabajar en el recién creado Centro Michoacano para la Enseñanza de la Ciencia y la Tecnologia (CMECT) en Tzurumútaro, ubicado en las orillas de Pátzcuaro, Michoacán en 1984. Antes de esto, unos meses atrás, decidimos junto con J. Abelardo Mejía Rodríguez, ambos profesores de educación primaria, ir a entrevistarlo para una Gaceta que editábamos desde 1979 llamada “Des-equilibrios” que mostraba temas educativos de interés: noticias, reseñas de libros, entrevistas, artículos con la finalidad de promover el debate entre los profesores. Sabíamos que Juan Manuel había sido el responsable de los libros de texto de ciencias naturales de la Reforma de los 70s y que había venido a tierras michoacanas para crear un Centro para mejorar la enseñanza de la ciencia y la tecnología en la comunidad de Tzurumútaro. Llegamos libreta en mano y algunas preguntas que hacerle para realizar la entrevista que después publicaríamos en la Gaceta.

Hombre alto, de mediana edad, con larga barba entrecana, lentes, de playera, pantalón de mezclilla, voz potente, sonrisa fácil, de tremenda personalidad, ágil y rápido mentalmente, que como comprenderá el lector fue prácticamente imposible hacerle la entrevista en base a nuestras preguntas, ya que la velocidad con que disparaba conceptos, ideas, bromas, realmente nos fue entrevistando: quiénes éramos, qué haciamos, dónde estaba la escuela, porqué sacabamos la gaceta, cómo la distribuiamos…Y siguió comentando lo que estaba haciendo. Decidimos sobre la marcha, olvidar nuestras preguntas y oir ensimismados su larga disertación, combinada de vez en vez con alguna pregunta hacia nosotros.

Nos habló del CMECT que estaba formando. La sede era la exescuela primaria de Tzurumútaro, un edificio típico de las comunidades de la ribera del Lago de Pátzcuaro, de paredes de adobe, tejas color naranja y un centro de jardín con árboles, con pequeños cubículos y salas que antaño sirvieron como salones para los alumnos, ubicada a un costado de la plaza del lugar. Era un edificio semiabandonado ya que se había construido una escuela nueva en el lugar. Se llegó a un acuerdo con la comunidad para que le facilitaran el edificio que para ese entonces ya estaba muy deteriorado, semidestruido, a cambio de que lo arreglaran y se realizara algún proyecto de interés social y educativo. Se pintó, cambió la teja, se acondicionaron las puertas y ventanas, se hicieron varios arreglos de albañilería y gradualmente se fue amueblando, se inició una hemerobiblioteca en base a algunas compras de libros y muchas donaciones, entre ellas, varias hechas por el propio Juan Manuel. Con el arranque de un Diagnóstico sobre la enseñanza de las ciencias naturales en educación preescolar y primaria en diversos municipios del estado de Michoacán, a través de observación etnográfica, entrevistas a profundidad nació el Centro. El primero de varios que ayudó a crear en Michoacán: el CMECT, el Centro de Investigación y Desarrollo del Estado de Michoacán (CIDEM), la Universidad Intercultural Indígena, la Universidad de la Ciénega. Juan Manuel fue un impulsor de Centros de Investigación y Universidades públicas en Michoacán.

El grupo del CMECT estaba formado por profesores de la comunidad de Tzurumútaro y de Pátzcuaro. Creía firmemente en incorporar a profesores de aula en actividades investigativas y de producción de material, venidos directamente de las aulas, no contaminados por el trabajo en oficinas burocráticas, destructivo de la creatividad además, en el grupo estaba gente que había trabajado con él en el proyecto de los libros de texto de gran experiencia en el diseño gráfico, la investigación educativa, la producción de materiales educativos, la actualización de profesores: Esperanza Mayo, Ma. Victoria Aviles, Ana Isabel Leon Trueba, Carlos Blanco, Valentin Juárez que decidieron acompañarlo en la aventura michoacana.

Desde la primera impresión, se veía que Juan Manuel no era un Director de los que uno estaría acostumbrado a ver. Sin formalismos, ni falsas poses, siempre conduciendo un vehiculo modesto o la combi usada que en comodato le había facilitado el DIE CINVESTAV, de playera o sudadera, de conversasión amena, inteligente, culta, salpicada de inumerables anécdotas de sus múltiples viajes por el mundo o de sus incontables lecturas y vivencias de arte, cine, pedagogía, microbiología, música. Era un Director excepcional, cálido, optimista de la vida y de su quehacer profesional, traspiraba energía en lo que emprendía.

En aquel año de 1984 cuando nos invitó a colaborar en el Centro, vimos que el mundo era más ancho y que la escuela, el aula, los docentes, alumnos, padres de familia se les podía ver y comprender desde múltiples perspectivas y que a partir de esta comprensión profunda de las múltiples relaciones e interacciones que se dan, se podía planear su transformación y mejora. Juan Manuel fue un pionero en muchos sentidos: creó el DIE CINVESTAV como primer Centro de Investigación Educativa Público en México, que incorporó la investigación cualitativa en educación para comprender desde una óptica distinta a los alumnos y profesores. Aplicó estos resultados a la actualización de docentes en servicio, el diseño y desarrollo curricular y la producción de material educativo. Abrió como se decía en los enfoques mecanicistas, “la caja negra” del aula y la escuela para comprender lo que se hacía, qué problemas enfrentaba, cómo interactuaban los alumnos y los maestros, qué pasaba con el contexto histórico y social de la escuela entre otras muchas cuestiones y verla en su vitalidad cotidiana. El equipo de Juan Manuel y él mismo nos hicieron ver una realidad mucho más rica y compleja que los reduccionismos y simplismos con que hasta ese entonces se le miraba.

Parte de la bienvenida a los nuevos integrantes del equipo de trabajo, entre los que nos encontrábamos, un buen día organizó en la casa que rentaba ubicada en el trayecto que va de Tzurumútaro a la entrada a Pátzcuaro una convivencia, en la que espléndidamente nos mostró su inmensa biblioteca, comentó algunos de los títulos que contenía y decía que estaba haciendo una separación de algunos para donarlos al CMECT. En estanterías de madera uno podía observar revistas, libros, discos, documentos. Las paredes con fotografías de sus trabajos de campo, de fotos con profesores dando clases en escuelas rurales, de niñas y niños jugando en los patios de las escuelas, de niños ensimismados viendo un libro de texto, de niños de comunidades marginadas viendo a la cámara con ojos a veces de melancolía y en otras con ojos pícaros, profesores con material didáctico en la mano dando una clase a niños sentados en pupitres semidestruidos. Juan Manuel era un colector de fotografía etnográfica no simplemente para colgarlas en la pared, sino para incorporáralas a la producción de material, a la actualización de profesores y al análisis meticuloso de la realidad educativa de nuestro País.

En varias aparece Juan Manuel en los años 70s con una barba muy larga, camisa a cuadros, pantalón de mezclilla mostrando un libro a los niños en una clara intención que de éstos pudiera comprender la utilidad de esta o aquella lección o ilustración, en el ánimo de hacer modificaciones en las siguientes versiones. En otras se le veía en una situación de participar en un experimento científico junto con los niños para entender cómo los niños construyen conceptos, cuáles son sus preconcepciones, qué les interesa. La velada se complementó con una amplísima variedad de quesos y vinos de mesa y que en amena charla nos explicaba el origen, composición, métodos de elaboración de aquellos quesos, sabores, olores, mostrando gran versatilidad y amena charla en la gastronomía, seguramente otro de sus grandes placeres.

Un buen día nos comentó que nos daría una plática sobre Arte, que había coleccionado varias filminas (en esa entonces no había ni power point, ni computadoras. Se usaba un proyector de carrusell al cual había que acomodar una por una y correctamente las filminas para que a la hora de proyectarlas no salieran al revés). Llegado el día y la hora, nos sentamos a escuchar su charla. Nos narró y mostró un sinfin de filminas compuestas de litografías, carteles, catedrales, esculturas tanto de arte de la antiguedad, del medievo, del renacimiento, arte moderno en un amplio recorrido de la historia del arte con sus críticas y puntos de vista, del conocimiento de artístas a través de sus obras y de sus relaciones personales, de anécdotas en tertulias, de libros de arte de pintores, escultores tanto nacionales como internacionales.

Ahora imaginemos esta secuencia de ilustraciones con su encanto particular para narrar, explicar, argumentar, describir, salpicado todo esto con sabrosas anécdotas y senido del humor. No podía uno menos que querer más pláticas de estas, de que ahora nos hablara más de arte, de artistas, de obras, de anécdotas en sus recorridos por el mundo, de conocer parte de lo que había mencionado. En lo particular, durante algunos meses busqué algunos libros que mencionó había tomado como parte de sus referencias: Civilización de Kenneth Clark, Homo Ludens de Johan Huizinga, el Bizconde Demediado de la trilogía clásica de Italo Calvino. Finalmente los encontré y para mi gusto, mostraban parte de los universos que ya Juan Manuel nos había descrito con su arte magistral para exponer.

En su casa, ya lo podrán anticipar, además de fotografías de sus recorridos en las escuelas, en las aulas, en los patios de recreo de escuelas rurales y urbanas tenía litografías, pinturas al oleo, acuarela y demás tecnicas, reproducciones de cuadros de diversos pintores y museos. En su oficina en Tzurumútaro de igual forma tenía en las paredes fotografías, pinturas, reproducciones de cuadros. El arte formaba parte de él, de su vida diaria, de sus pasiones. Y de la misma forma con que hablaba de educación, de materiales impresos, de investigación educativa, de interdisciplinariedad, hablaba de arte, de artistas, de historia del arte. Visitaba con ahínco las iglesias y catedrales para estudiar el arte sacro de siglos, pero igual, lo veiamos en vistas a museos, en revisiones de libros de arte.

En un taller introductorio que nos dió al ingresar al equipo de trabajo, insistía mucho en que los materiales didácticos impresos deberían llevar ilustraciones, no como pegostes, sin ningún sentido, sino como parte de la información que se quería trasmitir. Comentaba la relación entre parte textual e ilustración haciendo un todo armónico. Cuando coordinó la elaboración de los libros de texto de ciencia naturales para le educación primaria en México se apoyó en artistas gráficos, fotografos, ilustradores, diseñadores que hicieran esta compleja relación texto-imagen para proyectar e informar lo que se quería trasmitir. En su último proyecto editorial con el CREFAL la revista “Decisio” es muy clara esta perspectiva: todas las portadas muestran obras de arte de artistas nacionales y de Latinoamérica y en sus interiores aquél tipo de fotografía entográfica.

Sobre el particular nos narró una anécdota que me parece, lo describe de cabal medida en su defensa de la educación pública y su enfoque de la imagen en los textos: en la primera versión de los libros de texto de ciencias naturales a principios de los años 70, cuando se quiso por parte de la SEP eliminar una fotografía de unos niños rurales en la que había una niña descalza viendo un teatro guñol en evidente situación de pobreza extrema, se le dijo que no podía mostrar al País, ni al Mundo esta imagen que hablaría de un País con pobreza e injusticia social, que deterioraría nuestra imagen pública, que en lugar de esta foto, mostrara a otros niños bien vestidos, regordetes, con uniforme escolar. Desde luego que Juan Manuel protestó y junto con el equipo que estaba elaborando los libros, le dijeron a la SEP que si no aparecía la foto, todo el equipo renunciará al proyecto. Apareció la foto. Tuvimos la oportunidad de verla no solo en los libros, sino una copia en su casa, guardada con enorme cariño y respeto tanto por su propio trabajo como por lo que representaban aquellos niños.

Juan Manuel nos obsequiaba con extensas cartas con increíble minuciosidad descriptiva que parecía que uno estaba presente en lo que nos narraba. Creo que nunca paraba de escribir. En cualquier lugar y espacio que tuviera la oportunidad, se ponía a redactar cartas a sus colaboradores y amigos. Además de su extensa obra pública de libros, artículos, ensayos, le podemos agregar, estoy seguro, una vasta producción de cartas personales que de igual forma contienen reflexiones, debates, descripciones, puntos de vista, consejos que nos hablan mucho del ser humano, de su intimidad, de sus grandes preocupaciones como la orientación de la educación en nuestro País hasta pequeñas preocupaciones: que leyeran su último libro y que nos encargaba “correr la voz entre los cuates”.

Vinieron meses y años de intenso aprendizaje: regresarnos nuestros textos con anotaciones de sus comentarios, críticas, sugerencias porque como decía: “no me suenan las palabras musicalmente como en la poesía, el texto debe tener rítmo, cadencia. En esto ayuda mucho leer poesía”. Comprender cómo se puede “leer el curriculum oculto en las escuelas” y del efecto “pigmalion” como expectativa que se autoconfirma. De su intrínseca necesidad de apoyar y compartir lo que sabía con los otros. De su inmediata empatía por los trabajadores como chofer, secretaria, intentendente con los que se llevaba de maravilla. De su aversión a todo lo que oliera a burocracia. De anteponer sus más firmes creencias, aún a costa de amargos desencuentros. Y de su energía siempre inagotable. Las últimas veces que lo vi fue en 2004 y luego en 2006 en las que compartí dos paneles con él sobre la enseñanza de las ciencias y sobre la actualización de profesores. En este último habló sobre el papel que tenemos los profesores para generar motivación y energía sin la cual es mejor que nos dediquemos a otra cosa. Esta última vez comentamos brevemente sobre su salud que se venía deteriorando.

En estos días releí algunos comentarios de colaboradores y amigos y quiero referirme a las palabras del Dr. Pablo Latapí. En una cena que le ofrecieron amistades en donde ya se sabía de su terrible enfermedad, el Dr. Latapí a la hora del café le dirige unas palabras: “recordé el consejo que Sancho Panza daba a Don Quijote cuando éste estaba a apunto de morir: “No se muera vuestra Merced, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate ni otras manos le acaben que las de la melancolía...” Le deseaba yo a Juan Manuel que siguiese activo en sus innumerables iniciativas, con el ánimo indomable que le caracterizaba. Días después narra Latapí: “mis palabras debieron haber conmovido a Juan Manuel, pues a los pocos días me hizo llegar un dibujo suyo con la siguiente leyenda: Como tímido reconocimiento (a tus muestras de afecto por mí) aquí va esta tarjeta, elaborada “con mis propias manitas”: escogí, compré y corté el cartoncillo; reproduje, reduje y corté el cuadro en la fotocopiadora; pegué éste en aquél, y la tarjeta quedó lista. El cuadro lo pinté a pastel hace como veinte años, en Quetta, Pakistán, en donde trabajé varias veces por cuenta de la Universidad de Bristol... Entendí que enviarme esta pintura era como regalarme un pedazo de sí mismo, de sus sentimientos. Encuentro en este cuadro un estado de ánimo de placidez, de paz, de aceptación, de esperanza; las líneas rectas de las construcciones, los colores, la perspectiva que se enmarca contra el cielo azul, todo me habla de alguien que está en paz consigo mismo. Lo tengo en mi mesa de trabajo como un recuerdo que me hace presente a Juan Manuel”

Sigo citando al Dr. Latapí: “En dos textos de este libro (Educación y vida cotidiana), Juan Manuel levanta el velo sobre sus sentimientos ante la muerte. Cómo decidió hacer frente al problema: “con entusiasmo y con alegría”, “cambiar de actividad profesional” reduciendo los viajes, y recurrir al arte para “ver para adelante y recomenzar con entusiasmo mi vida nada menos que a los 70 años”. El arte –música, pintura, teatro, poesía, cine–: “nos ha señalado [...] aspectos del vivir que quizás no habíamos percibido en esa dimensión, nos ha iluminado ángulos y salientes de la vida y del ser humano y por lo tanto de nosotros mismos que no habíamos tomado en cuenta con esa nueva luz.” Profundiza en la manera como ha reaccionado ante su enfermedad terminal: “Me he resistido a la idea de dejar de trabajar, pues el trabajo, la búsqueda de la verdad y de la belleza, las buenas acciones y la construcción de la libertad son lo único que justifica social y moralmente la existencia del ser humano”. Aunque ante la muerte sintamos que “estamos extraviados para el mundo” al grado de que “el mundo piensa que ya he muerto”, sin embargo “yo vivo solo en mi propio cielo, en mi amor, en mi canto”. Juan Manuel encuentra esta misma nota de afirmación triunfante en una canción de Schubert: “Descansa, guerrero, la guerra ha terminado, duerme tu sueño, nada te despertará”

Quisimos retormar parte de las palabras que el Dr. Latapí expresó en la ceremonia de despedida que el DIE CINVESTAV le hizo a Juan Manuel a días de su lamentable muerte y donde expresa sus sentimientos y pensamientos de su último viaje sin retorno, porque reflejan la estatura del ser humano, siempre mostrándonos los caminos posibles como el gran educador que es; y aunque la muerte le quizo vencer en su última batalla, el guerrero sigue cabalgando para nosotros, como el Cid Campeador aún después de su muerte física, a través de las huellas que nos dejó, en las Instituciones que ayudó a crear, en la captura de instantes de las fotografías que son recuerdos permanentes de su incansable caminar por las escuelas y aulas de educación pública de nuestro País para hacerlas mejores, de sus pensamientos e ideales en su vasta obra pedagógica y del inmenso cariño que sentimos por él.

José Rubén Montañez Sánchez

Morelia, Michoacán, Junio del 2009.

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